... las maravillas del mundo...
Pero desde la tarde en que llamó a los niños para que lo ayudaran a desempacar las cosas del laboratorio, les dedicó sus horas mejores. En el cuartito apartado, cuyas paredes se fueron llenando poco a poco de mapas inverosímiles y gráficos fabulosos, les enseño a leer y escribir y a sacar cuentas, y les habló de las maravillas del mundo no sólo hasta donde le alcanzaban sus conocimientos, sino forzando a extremos increíbles los límites de su imaginación. Fue así como los niños terminaron por aprender que en el extremo meridional de Africa había hombres tan inteligentes y pacíficos que su único entretenimiento era sentarse a pensar, y que era posible atraviesar a pie el mar Egeo saltando de isla en isla hasta el puerto de Salónica.
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez